martes, 24 de mayo de 2011

Las Islas Borromeas




Hace mas de 350 años un aventurero de los de antaño se atrevió a traer a Italia un Ciprés de Cashemira, del mismísimo Himalaya. A duras penas un palillo con alguna hoja que otra envuelta en papel de seda y transportada con todo el mimo del mundo. Y aquel árbol fue a parar a la Isola Madre convirtiéndose en todo un símbolo de las Islas Borromeo. Hoy sigue en pié gracias al esfuerzo de cientos de cuidadores a lo largo de los siglos y también al abnegado equipo que decidió salvar el ciprés tras el huracán que lo arranco de la tierra en la noche del 28 de junio de 2006. Su pérdida, al igual que la de muchos otros árboles de la isla hubiera sido una gran tragedia ya que el mimo de la tierra ha convertido la Isla en un gran jardín botánico donde crecen especies traídas de los lugares más recónditos de la tierra. Así que manos a la obra; decenas de trabajadores, expertos botánicos y voluntarios se pusieron en marcha para salvar este, y muchos otros árboles de la isla. Sin embargo la salvación más espectacular fue la del Ciprés de Cashemira, no solo por su tamaño, sino también porque el viento enfurecido lo había dañado considerablemente. Gruas, excavadoras y hasta helicópteros participaron en la tarea que terminó con éxito.



La isla Madre es la más grande de las tres islas Borromeas y se caracteriza por un cambio continuo de colores que acompaña al visitante a lo largo del recorrido. Azaleas, rododendros, magnolias y camelias de todas las especies además de faisanes, pavos reales blancos y papagayos crecen y viven en libertad en este inmenso parque lleno de paz y armonía.

Poco más hay que ver, aunque lo visto no es poco, a no ser que uno decida darse una vuelta por el Palacio Borromeo del siglo XVIII. ¡Y eso si me digno a abrir la puerta! Resulta que después de mi visita decidí que ahí mismo podría instalar mi hogar. Y no cambiaría nada. Ni una sola puerta, ni una ventana, ni un solo tablón de madera del suelo. No se trata de un Palacio grandioso con la finalidad de imponer; no, no es eso, es más bien un palacio pensado para vivir, para disfrutar y para poder recibir a amigos de vez en cuando. Así que si eres mi amigo te abriré la puerta de mi Palacio en la Isla Madre.

Y para mí es un auténtica suerte ya que sé que la mayoría de los seres mortales se quedarían con el Palacio Borromeo de la Isla Bella. Cuenta la historia que llegó a ese lugar el Conde Carlo III Borromeo. La isla era por aquél entonces una escollera desnuda y estéril, pero como el amor lo puede todo, y suponemos que todo aquello se hizo por amor, el Conde decidió convertir el islote en uno de los lugares más bellos del mundo dedicado a su amada esposa Isabella de Adda. Y bautizó la isla con el nombre de su mujer aunque luego con el paso de los siglos, y por aquello de la belleza del lugar, se quedó sencillamente en Bella.

El conde quería construir algo bello pero también algo único y para ello trajo a los mejores arquitectos, diseñadores de jardines, pintores y escultores del momento. La obra comenzó en el siglo XVII y el reto era doble; por un lado había que construir un palacio único y por otro un jardín nunca visto. Los arquitectos Crivelli y Richini, entre otros famosos de la época, fueron los encargados en convertir la mitad de esa islote árido en un jardín italiano que hoy constituye un atractivo único en el mundo. Se compone de 10 terrazas superpuestas en forma de grada que culminan con un anfiteatro situado en la última terraza. Y todo ello adornado con cientos y cientos de variedades de flores, arbustos y árboles traídos de todo el mundo. Les aseguro que es bellísimo, espléndido, grandioso, y desde la última terraza, a pesar de ese anfiteatro demasiado barroco y recargado,  hay una vista espectacular del Lago Maggiore. Hay que respirar profundamente y disfrutar de cada segundo de ese magnífico panorama porque el momento es inolvidable.

Pero el paseo por el Jardín constituye el final de la visita a la Isla. Dejaron sin duda lo mejor para terminar.  Porque el Palacio, que desde luego no deja de tener interés y  belleza, no es sin embargo de lo más grandioso del mundo. Su construcción comenzó en 1632 y dicen que se trata de una de las obras barrocas más singulares de Italia. Las diferentes salas y salones se van sucediendo a lo largo del recorrido y llama sobre todo la atención del nombre de los diferentes aposentos como la Sala de Luca Giordano (llena de cuadros de este artista), Sala de Napoleón ( donde en agosto de 1797 durmió el emperador francés con su Josefina) o la Sala de la música y de la conferencia (donde se guardan instrumentos musicales y donde en 1935 se encontraron Mussolini, Laval y McDonald).

Destaca también el Salón de los Tapices pero lo más singular de este Palacio son las llamadas Grutas. Se trata de una auténtica extravagancia por parte del Conde que decidió convertir la parte baja del Palacio en un lugar de descanso durante los días calurosos de verano. Bueno, las seis salas convertidas en Grutas, son precisamente eso, grutas y nos llevan directamente al fondo del mar, a los secretos del capitán Nemo. Maravillosa locura la del Conde.

Las Islas Borromeas son tres; Isola Madre, Isola Bella e Isola Pescatore. Esta última es hoy en día un gracioso pueblo, antaño de pescadores ahora de turistas, que destaca por su sencillez. Todo aquí es muy “pintoresco”, muy pensado para el visitante y también muy caro. !Ojo, dos vinos blancos no pueden costar diez euros¡